El número de personas mayores crece a nivel mundial y de forma mucho más rápida que cualquier otro grupo de edad, produciéndose un envejecimiento acelerado de la población. Este envejecimiento es un reto para la sociedad actual, cuyo reto ya no es solo el de aumentar la esperanza de vida sino, además, el aumentar la esperanza de vida libre de discapacidad.

En este contexto surge el paradigma del envejecimiento activo, definido por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como el proceso en el que se optimizan las oportunidades de salud, participación y seguridad con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen.

El envejecimiento activo significa

– Dar a las personas mayores la posibilidad de participar plenamente en la sociedad. O lo que es lo mismo, fomentar sus oportunidades de empleo.
– Permitirles contribuir activamente a través del voluntariado y de programas intergeneracionales
– Permitirles vivir con independencia adaptando la vivienda, las infraestructuras, la tecnología y el transporte.

 El envejecimiento activo y la nueva tercera edad

Es cierto que, tradicionalmente, muchas de las teorías sobre la vejez han abordado este periodo de vida desde una perspectiva que tenía más que ver con la idea de que las personas mayores deben retirarse de la vida activa y prepararse para el momento de la muerte.
La nueva perspectiva, sin embargo, sustituye la planificación estratégica sobre las personas mayores basada en las “necesidades” por la basada en los “derechos” de independencia, participación, dignidad, atención y autodesarrollo. Y es que la vejez tiene muchas ventajas.

 ¿Qué debería hacer la sociedad para promover el envejecimiento activo?

Para lograr esa cultura del envejecimiento activo es necesaria la interacción de factores de diversa índole: sanitaria, económica, entorno físico, personales, conductuales e incluso sociales.

En el ámbito sanitario, por ejemplo, los sistemas sanitarios y sociales públicos y privados deberían colaborar en la promoción de la salud y la prevención de enfermedades a través de programas de educación nutricional y salud bucal y de programas de ejercicio para el mantenimiento o recuperación de la movilidad y fuerza.

A nivel político, impulsando medidas que proporcionen su apoyo en las áreas de sanidad, economía, trabajo, educación, justicia, vivienda y transporte. Y en cuanto a participación de los mayores, facilitando que los ancianos sigan contribuyendo con un papel activo en la sociedad. Lo que se consigue a través de esto es que las personas mayores se sientan más autosuficientes y útiles ayudando a los demás.

Y es que está claro que nunca  es tarde para disfrutar de un mejor envejecimiento. Los cambios positivos en los estilos de vida son válidos a cualquier edad. Es más, los últimos estudios prueban cómo las personas mayores que han adoptado estilos de vida saludables comparadas con las que no lo han hecho aumentan, de media, en más de siete sus años de vida libre de discapacidad. Y no solo salud física: la actividad intelectual a lo largo de la vida reduce el declive cognitivo asociado a la edad y se considera un factor de protección de la demencia.